"LETRAS QUE TRANSGREDEN Y TRASCIENDEN"
De Francisco A. Avila

Con una trayectoria de veintisiete años, Gonzalo Valdés Medellín ha logrado construir una obra concisa, transgresora, poderosa, parte fundamental de la historia cultural-literaria de nuestro país con títulos como “Ecce Novo o el Tercer Novo”, “A tu intocable persona”, o, “Tras el espíritu de Akenatón”; con su trabajo como director teatral en “Las criadas” (de Jean Genet), “La última noche con Laura” (de Federico S. Inclán), “Corazones apasionados en manos del buzón sentimental”, “La carcajada de Genet”; y no menos importante, su papel como crítico y ensayista en diversos suplementos y revistas culturales.

Premiado, reconocido, aplaudido y al mismo tiempo señalado, Valdés Medellín comparte en esta entrevista su paso por las letras mexicanas, sus grandes maestros, la situación actual de la crítica y el ámbito cultural.

¿Qué situación vive hoy la crítica teatral en comparación a otro tipo de críticas?

En el caso de la crítica teatral, en estos momentos, es un campo en extinción. Se está acabando. No hay crítica teatral. La hubo, fue muy importante, fue decisiva para el teatro mexicano, digamos que de los setenta a los noventa la crítica fue determinante, la gente de teatro seguía la crítica, ¡el público seguía la crítica! Pero a partir de la irrupción del llamado neoliberalismo, donde se le da más cabida, en las páginas de los periódicos y de las revistas, a la frivolidad del espectáculo, la crítica ha ido disminuyendo considerablemente. Hay mucha componenda, en este orden globalizador de la cultura. En el teatro se empezaron a hacer cotos de poder: las instituciones tenían su crítico de cabecera que propugnaba por decir qué era lo bueno del teatro que se hacía en el INBA, pero ese crítico estaba pagado. No quiero darte nombres ahorita porque igual me mandan matar. Pero había mucha gente que recibía un dinero a cambio de estar haciendo “crítica” de las obras que se hacían en el INBA, en Conaculta, en la UNAM. Entonces, un crítico como yo, que ha sido siempre muy beligerante, muy contestatario, era mal visto. Voy en contra del stablishment y sus imposiciones. En ese sentido creo que la crítica decayó muchísimo, la crítica está en un impasse, si no que en un arroyo hundiéndose. Hay pocas voces, te puedo decir, ahorita, que no hay grandes voces en la crítica teatral mexicana. Desde luego tenemos a Estela Leñero, que hace una buena labor de difusión crítica en Proceso, está Noé Morales en La Jornada Semanal, que es una voz joven con interesantes puntos de partida para la apreciación del fenómeno teatral y párale de contar. Yo ya soy como el decano, empecé antes que Estela, inicié en la crítica en el 82-83, con una crítica, si bien un poco tímida, ya bastante incendiaria. Recuerdo que en mis primeras críticas le pegué mucho a Juan Jacobo Hernández por una obra de Fassbinder, Juan Jacobo en ese momento era el adalid del movimiento gay, pero puso una obra horrenda: el montaje, no la obra. También le pegué en esa época al maestro Carballido como director, que se atrevió a dirigir una obra suya. Desde ese entonces yo era un joven que pintaba para ser un incendiario de la crítica teatral, de ahí pa’l real ya son veintisiete años de trayectoria como periodista, crítico, entrevistador, etc.

¿Y qué opinas de la crítica literaria actual?

Fíjate que también he ejercido la crítica literaria, pero ahí ha sido más por gusto y por reto personal. Cuando entro al mundo del periodismo descubro todo un nuevo panorama, enormemente rico y estimulante para mi propio crecimiento como escritor, el teatro ha sido mi pasión desde que yo era niño, ya entonces anhelaba un día llegar a ser crítico, admiraba a figuras como José Antonio Alcaraz, que fue mi maestro y le aprendí mucho, Emmanuel Carballo en la crítica literaria, la misma Raquel Tibol, es decir, había mucha gente que en ese momento a mí me preponían, al leerlos, hacer crítica desde mi punto de vista. La crítica literaria fue como un reto paralelo, yo leo mucho, desde muy chico, entonces, las novedades, los autores que me apasionaban, los iba reseñando, estaba el suplemento Sábado, de unomásuno, El Nacional, La Revista Mexicana de Cultura, el semanario Punto, que dirigía Emmanuel Carballo. Creo que tuve la fortuna de crecer en una época en que había muchos suplementos culturales y que había mucho apoyo a la difusión crítica, además, tuve la oportunidad de tener como jefes de redacción a gente como Huberto Bátiz, Emmanuel Carballo, Salvador Reyes Nevares —que ya falleció—, que me permitieron hacer lo que yo quería. En el rubro de la crítica te puedo decir que he hecho de todo, en el teatro es donde más vastedad tengo, pero en la literatura tengo, por ejemplo, un libro publicado por la UNAM que se llama Tras el espíritu de Akenatón, donde reúno mucho de esa crítica literaria, y he hecho crítica de música contemporánea, de televisión —en unomásuno hice doce años crítica de televisión, no frívola, por supuesto—, crítica de danza, poesía, ensayo… en fin he explorado todo, así que puedo decirte que sé de qué hablo. He hecho toda la crítica posible. De lo único que no me he atrevido ha sido de Artes Plásticas, considero que no ha habido un crítico tan luminoso como Luis Cardoza y Aragón, llegar a esas luminosidades ni Raquel Tibol.

¿En qué basas tus críticas?

En un sentido de apreciación. Yo creo que la crítica, la verdadera crítica es un sentido de apreciación. Está directamente relacionada con la formación personal, intelectual del escritor y del crítico. El estructuralismo, indudablemente, fomentó o sentó las bases de lo que es mi obra crítica, me crié leyendo a Roland Barthes: una lectura e influencia fundamental. Octavio Paz para mí es la Biblia de la crítica en México, Paz decía que ser crítico en este país era destinarte a que te cortaran la cabeza a diario, y es cierto, en México la crítica está prohibida, está vedada, en México no puedes ser crítico porque te apestan, te relegan y entonces la lucha es doble, porque ya no solamente tienes que luchar por un diálogo con el lector y con el artista para entender la obra de arte, para consentir o disentir, sino para que te acepten también como persona. En el medio literario el crítico es un ser marginado… Un artista frustrado… Pues se puede frustrar, porque el sistema machista que vivimos, no en un sentido sexual sino en el sentido de poder, te cierra los caminos. Vivimos en una sociedad en la que necesariamente tienes que depender de las instituciones y muchas veces la gente que tiene el poder está en las instituciones y si no eres monedita de oro para ellos te cierran las puertas y por ende te puedes frustrar. Pero eso también es una falacia, porque hablando de mi persona, he hecho lo que he querido y he obtenido reconocimientos nacionales e internacionales, soy de los pocos escritores que ha recibido el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional, creo que somos tres o cuatro; el Premio José Pagés, cuando todavía daban dinero, por mi obra como cronista urbano —hice crónica de corte urbano durante años en unomásuno—, el Premio Nacional de Dramaturgia en el 2003 por la obra que tú conoces (Ecce Novo o el tercer Novo), así que, en mi caso ¿cuál frustración? He hecho un chingo de obras que me han gustado mucho, las obras que yo he querido. Puse en escena en el 87 un Jean Genet: Las criadas, como no se ha vuelto a poner en México; una puesta incendiaria por la que el mismo Luis de Tavira tuvo que reconocer mis labores transgresoras. En esa época fui comparado, modestamente lo digo porque yo no hice las comparaciones, con Tavira o con Margules, gente que ya estaba cuajada. Lo que pasa es, que como crítico, tuve a mal pegarle a toda la gente que llegó al poder en el neoliberalismo, entonces quedé marginado pero no me importa sigo ahí y seguiré estando, hasta que Dios me preste vida, seguiré luchando y escribiendo.

Qué tiene que hacer un joven escritor para ingresar al campo literario si, como dicen, permanecen vivas las mafias, los grupos, ¿la única salida es hacerse amigo de Christopher Domínguez?

Tiene que hacerse amante de alguien, ponerse de tapete de muchos. Hay muy pocas oportunidades ya para la crítica, de verdad y para los escritores en general: para los jóvenes. Yo fui privilegiado, a mí me tocó una juventud en una época de esplendor cultural para México y mira que ya en los ochenta se decía que andaba mal la cultura, pero te puedo decir, no sé si es por destino o por qué será, a mis cuarenta y cinco años echo la mirada hacía atrás y digo: puta madre, yo pude llegar al suplemento cultural que dirigía nada menos que Fernando Benítez, pude tener contacto con ese hombre, pude ser discípulo de Huberto Batis, pude entrevistar a gente como Rufino Tamayo, Octavio Paz, Pedro Coronel, Lola Álvarez Bravo, Rosa Chacel que vino a México, Julio Castillo, Sergio Magaña, los grandes, tuve el privilegio de ser discípulo en teatro de Clementina Otero, la última sobreviviente del grupo Contemporáneos. Sin duda, fui privilegiado, me tocó la crema y nata de la gran cultura mexicana, gente como Luis Cardoza y Aragón me abrió sus puertas, Raquel Tibol, una gran impulsora en mi juventud —ahora ya no pero en su momento sí—. Fui amigo personal de Luis G. Basurto, Hugo Argüelles, Enrique Alonso, discípulo también de Carballido. Dime si no me voy a sentir privilegiado. Pero eso fue cuando tenía veinte, treinta años, ahora digo: ¿a quiénes se dirigen los jóvenes de esa edad? Mencionaste a Christopher Domínguez… mmm… ah… bueno… ¿y? (risas). Estamos en un principio de siglo en el que hay un gran bache de figuras: ya no está Arreola, ya no está Rulfo, se acabaron los grandes, ¡se acabaron! ¿A quiénes recurren los jóvenes?

También está el hecho, o esa es mi percepción, de que no existe una unión como generación…

La mía tampoco fue una generación unida, fue más bien caníbal: una generación horrible. La verdad. Yo pertenezco a la generación de gente como Luis Mario Moncada, Luz Emilia Aguilar Zinzer, Hugo Salcedo, Estela Leñero y realmente estamos muy divididos, cada quine por su lado y siempre con pugnas, nunca hicimos grupo. De pronto Luz Emilia, Jaime y Mario si hicieron grupo y se impulsaron unos a otros, pero realmente hay un divorcio ideológico, ya ni siquiera es estético: es ideológico. Ideológicamente no nos entendemos, ellos pertenecen al teatro que vomita el neoliberalismo y yo pertenezco a la contestación, yo soy lo contrario y seguiré siéndolo. Ellos son un producto, son los niños consentidos del sistema, como Martín Acosta: entraron al sistema de lleno. Mi teatro es marginado, contestatario, de pronto hay quien me dice: es que usted se hace la víctima; no me hago la víctima: es la realidad, yo he estado por fuera y he seguido haciendo mis cosas por fuera y nunca entré a ese grupo, primero porque me sacaron, cuando ellos llegaron yo ya estaba, decían: no queremos saber nada de gente como Valdés Medellín, de actitudes sociales como las de Valdés Medellín, vámonos por un teatro más de performance, de una “imagen bonita”, más aséptico y ya. Lo demás no les interesa. Gente como yo hemos quedado marginados, pero yo no tenía nada que hacer con ellos y por eso fui su crítico acérrimo.

Si tu obra ha sido reconocida pero tu personalidad, tu postura ideológica ha sido motivo de censura, ¿hasta dónde puede llegar a influir lo extraliterario para que gente importante reconozca tu valor en las letras?

Primero, no es gente importante, es gente con poder. Hay que matizar muy bien eso. Gente que llega al poder, hace un grupo y si no estás con ellos, estás contra ellos. Yo he tratado de demostrar que eso puede ser contrarrestado y he tratado de ser muy objetivo y cuando han hecho cosas buenas lo he dicho. No tengo empacho, ni les tengo la guerra declarada. Yo creo que ellos sí me declararon la guerra, me han puesto zancadillas y demás. Yo no. En primera, porque no es mi intención, la crítica no es guerra, la crítica es una labor de engrandecimiento del arte. Tú puedes decir una cosa y de repente el tiempo te ha superado o el tiempo te da la razón. A mí me ha dado la razón en muchas cosas, yo me pongo a revisar con frecuencia —labor que no hacen los críticos-—todo lo que he dicho y a veces rectifico y otras más que estoy en lo cierto, sigo pensando igual. Yo sí hago un replanteamiento crítico de lo que he hecho a lo largo de veintisiete años de trayectoria.

Las rencillas envician el quehacer literario…

No hay respeto, sigue habiendo este coto de privilegios, de clases sociales, “yo soy de la aristocracia, yo soy de la inteligencia y usted del peladaje” y no hables de causas sociales porque eres del peladaje cabrón. Acá nomás lo bonito. Yo creo que en ese sentido, el único que ha sabido equilibrar las cosas con justeza y justicia fue Huberto Batis, la labor que hizo durante veinte años en unomásuno, específicamente en el suplemento Sábado, no se ha vuelto a repetir, ahí confluian tanto Paz, como Arreola, Fuentes o Monsiváis y, al paso de los años, ahí concluyeron Fadanelli, Xavier Velasco, Christopher Domínguez, ahí escribía todo mundo y eso es lo que debería ser la crítica.

En el terreno de la narrativa, ¿hay un autor joven que te guste o que te llame la atención?

Debo confesar que ultimamente estoy muy desilusionado de los jóvenes, no quiero hablar como abuelo porque ni siquiera tengo la edad, pero sí tengo muchos jóvenes que se acercan a mí y que me desilusionan por su falta de cultura. Los jóvenes de hoy son de una incultura garrafal: no leen, no conocen sus tradiciones literarias, escénicas, eso es verdaderamente patético y pavoroso. Entonces, lo que yo conozco, que es muy poco de los jóvenes de ahora, deja mucho que desear. Te puedo decir que en teatro, de las voces jóvenes que están entre los veinticuatro y treinta y dos años, nombraría a Edgar Chías, Noé Morales y Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, tres dramaturgos por los cuales yo apostaría a futuro. Están haciendo una obra, ya tienen una obra, son jóvenes que están buscando nuevos caminos; en narrativa no te puedo decir porque no conozco, me he desligado mucho de los nuevos autores: no sé. Pero sí creo que ha habido una baja de calidad en la obra de los jóvenes y que se traduce en poca obra, poca obra para el público.

Y ¿a qué atribuyes tal situación?

A lo que te decía, hay una ausencia de cultura, hay poco interés por cultivarse, por leer, por conocer, por eso a mí me sorprendió mucho tu texto (¿Quién valora la literatura gay?) porque dije, ah caray, este muchacho está poniendo el dedo en la llaga: hay una ausencia crítica, hacía los autores gay o simplemente diferentes. Pero, ya no digamos “gay” porque los estereotipos son terribles, yo siempre he estado en contra de la loca pintada y del travestí chistoson, respeto mucho al transexual y al gay que se viste de mujer, pero el gay que explota la imagen del travesti me parece denigrante y siempre estaré en contra de eso. Ayer pasé por San Cosme y vi un video de Francis y me dije: qué horror, le pregunto al vendedor de la piratería ¿cómo se llama ese video?, y me dice: Homenaje a Francis. Imagínate, homenajean a un travesti que hacía albures machistas, albures en contra de los mismos gays, no puede ser. Esa parte denigrante del homosexual no la aguanto. Yo siempre he luchado por la dignificación de la condición, por ser un hombre libre, porque el homosexual sea un hombre libre en una sociedad democrática, tolerante y nada más. Mi obra habla de un ser humano que tiene una identificación homoerótica y nada más, no me gustan los estereotipos y esas cosas. Pero sí creo que es importante defender el hecho de que ha habido toda una cultura literaria homosexual, desde el siglo antepasado que ha estado latente y, que si bien por cuestiones de época no pudo ser totalmente manifiesta ahí está. Tenemos El tercer fausto de Salvador Novo, escrita a los diecinueve años y publicada en francés, en París, porque aquí lo hubieran matado los estridentistas, los nacionalistas. Ahí está Invitación a la muerte de Xavier Villaurrutia, que es su testamento gay, su carta de nacionalización homosexual, en fin. Habría que escarbar en la vida de Pellicer para llegar a encontrar a ese Pellicer homosexual del que todos hablan pero nadie conoce realmente nada; a mí, en algún momento, si tuviera el tiempo y el dinero, me gustaría hacer una biografía de él, creo que un escritor con una vida como la de Pellicer es un personaje lindísimo para escribirle una novela o una obra de teatro. Entre la gente de mi generación la temática gay se ha dado mucho pero con mucha mediocridad. Creo que las voces que hemos podido estar, presentarnos como una realidad contestataria, nos contamos con los dedos de la mano y sobran dedos. A mí que no me digan estuvo aquí y gritó en la calle, eso no importa, eso es efímero, lo que importan son las obras, son los libros, son los poemas publicados, el salir a la calle y gritar estuvo bien en los setentas, a principios de los ochenta cuando se hizo la primera semana cultural gay, en el 82, ¿pero ahora? Ahora es un carnaval, ¡esparcimiento del enemigo!, del sistema que nos oprime y nos sigue relegando. A mí que no me vengan a decir que eso es liberación, estamos viviendo el peor de los ghettos como comunidad homosexual, hemos creado el peor de los ghettos en nuestro país.

¿Te molesta que se te pueda etiquetar como “escritor homosexual”?

Yo soy homosexual, siempre lo he sido y a nadie le he ocultado mi identidad sexual. Me molesta mucho que se utilice como una bandera, una bandera… no sé para qué. Lo importante es el ser humano, encontrarlo, Jean Genet nunca se preocupó porque la gente supiera que era gay o no era gay, él escribía sobre seres humanos con una preferencia homoerótica, Cavafis, Jean Cocteau, nunca dijeron: vamos a ser gays y qué bonita me veo vestida. No. Hicieron una obra que hablaba del ser humano. Me molesta que se hable de zoofilia, de zoología fantástica y que entre esos esté el “puto”; esa idea que era muy de los estridentistas ya está superada y seguimos en eso, sin siquiera saber siquiera qué fue el estridentismo que es lo peor. Esta zoología en la que nos meten es la que me repugna y me repugna los que siguen abanderando esa zoología, esos que tienen cabarets en la zona rosa. Yo apuesto por una obra que habla del ser humano, que llega a mover las fibras sensibles de cualquier persona, cuando hice A tu intocable persona, la comunidad gay me apedreó, la comunidad heterosexual, la comunidad social de México, llenó el teatro durante trescientas representaciones. A mí me criticaba la comunidad, José María Covarrubias llegó al teatro El Galeón a decir: ¿por qué nos pones así? Pues por que así somos. Y él: pero la gente no tiene que saber que nos ligamos en los baños y que mamamos en la calle. Perdóname, eso lo hizo Luis Zapata en los setenta y nadie le fue a decir no publiques tu libro. Y sin embargo, llegaba gente enferma de sida, grupos de misioneros católicos, paulinos, agustinos, de varias cofradías católicas a llenar el teatro, a llenarlo porque algo les decía. Hubo un comentario de un sacerdote católico que llegó hasta el camerino llorando y me dijo: soy un sacerdote homosexual, gracias, porque es la primera vez que veo todo el sentido de la religión cristiana en una obra de teatro gay. Esa, para mí, es la mejor crítica que me pudieron haber hecho, es la mejor resonancia social y humana que pude haber tenido. Y esa obra fue criticada por un amplio sector de la comunidad gay “beligerante” y fue apedreada, también, por toda la gente de teatro que no quería que esa obra se pusiera, porque esa obra tardó diez años en montarse: me la patearon en la UNAM, me la patearon en el INBA, me la patearon en todas partes, hasta que por fin y gracias a Rafael Tovar y de Teresa y a José Solé se pudo montar en el INBA. A veces sí, el camino es muy duro, hasta parece vía crucis y parece que no lo vas a lograr, pero lo logras, con dignidad todo se logra.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Pienso indudablemente que lo el señor vales medellin dice es cierto. Al ambiente teatral lo describe tal cual es. esta lleno de amiguismos y que este pais siempre se ha manejado de esa forma,y que los ciculos culturales siempre estan manejados por los que llevan el poder, mas no por una verdadera y autentica calidad.

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