SUEÑOS

De Francisco A. Avila

-Dígame, ¿cuál es su problema?- Preguntó el psicoanalista, un hombro maduro, de entre cuarenta y cincuenta años, extremadamente delgado, de ralo cabello castaño y penetrantes ojos azules.


-Tengo miedo- Respondió el paciente, un joven no mayor de treinta años cuyo cabello negro contrastaba fuertemente con su blanca tez, era un hombre sumamente atractivo enfundado en un traje de diseñador.


-¿Miedo a qué?- Inquirió el doctor.

-A mí.


-¿Cree que puede hacerse daño?


-No… bueno… no lo sé. Tengo miedo de lo que pienso. De lo que sueño. Nunca he sido una persona violenta, nunca he golpeado a nadie, tengo buenas relaciones con mi familia, amigos, empleados. Tengo todo para ser un hombre feliz, tengo una mujer y una hija, incluso tengo una aventura. No tengo ninguna clase de deseo antinatural, gozo de excelente salud. Pero, últimamente algo dentro de mí no va bien y no encuentro una explicación lógica. Por eso he venido con usted.


-Exactamente ¿en que consisten esos pensamientos?


-Todo empezó con un sueño. Hace como tres meses. Estaba en una calle desierta, era de noche. Era una calle muy larga de muros grises sin puertas ni ventanas. Caminaba muy deprisa, ansioso, miraba hacía atrás constantemente, no veía a nadie persiguiéndome pero así me sentía. De pronto la escena cambio y estaba sobre un puente peatonal, también era de noche e iba huyendo, repentinamente me daba cuenta que el puente estaba inconcluso y entraba en pánico, no había alternativa, si
esperaba, quien fuera que me seguía me daría alcance, si seguía caería al vacío, el final de las dos opciones era la muerte. Desperté. Y al despertar ocurrió: no sentí miedo. Con un sueño así sé que debería haber experimentado alguna clase de emoción, pero yo no sentí nada. Nada en absoluto.

-No entiendo a qué se refiere.


-Bueno, es que no sólo pasa en sueños. Pocos días después del evento que acabo de relatarle murió mi madre. Mi hermano fue el encargado de darme la noticia. Y mientras lo hacía yo me alegre. Me dio gusto, y eso, en definitiva, no puede ser normal. Yo amaba a mi madre, nunca me golpeo, nunca hubo alguna clase de abuso que justificara mi falta de conmoción y tristeza. Sólo estaba bien. Tampoco es que fuera un momento hilarante, sólo escuchaba a mi hermano y en mi rostro se dibujaba una sonrisa, ¿me entiende?


-Porque no me habla más de su relación con su madre.

-Créame que no hay gran cosa que decir, mi madre era una mujer de sociedad, muy atractiva e inteligente, amorosa, nunca dejo que las nanas ocuparan su lugar, sabía combinar su familia con su vida social, fue una estupenda madre, se lo
aseguro.

-Entonces, ¿de qué prefiere hablarme?

-De los sueños, los sueños son los que me atormentan y supongo que usted puede hacer que deje de soñar. Hace una semana tuve uno de los peores, recuerdo que iba manejando en la carretera, atardecía, de pronto sentía un impacto, como si hubiera arrollado algo pero estaba seguro de que el camino estaba libre, así que seguía, pasado un tiempo el vento se repetía, así que detenía el auto, bajaba y descubría el cuerpo de un niño, de unos seis o siete años, tenía la cabeza destrozada y la sangre fluía en dirección a mis pies, súbitamente veía una fuerte luz, los faros de un auto que se acercaba a gran velocidad pero yo ya no era yo si no el niño que acababa de ver. Y ahí terminaba el sueño.

-Al inicio dijo, tengo miedo de mí, pero dice que no ha intentado lastimarse, ¿ha pensado en lastimar a otros?

-Ayer soñé que estaba acostado en un prado abierto, la luz del sol era muy fuerte y me impedía ver, la hierba tenía un dejo de olor a lluvia, a unos metros de mi lado izquierdo había un matorral con flores rojas y amarillas, lo veía al girar la cabeza pues el sol estaba justo sobre mí, estaba mirando aquellas flores cuando noté cómo una mariposa de alas rojinegras, brillantes, muy
bellas, dejaba el centro de un girasol y se acercaba a mí. Se detuvo en mi dedo índice, yo tenía la mano abierta con la palma hacía el sol, la mariposa se quedó en mi dedo unos segundos abriendo y cerrando las alas, creando formas maravillosas, yo no me movía, no quería espantarla, comenzó a bajar y se detuvo. Impulsivamente cerré la mano, sentí cómo trataba de escapar y apreté más fuerte. Cuando sentí algo húmedo abrí la mano pero ya no había mariposa, en su lugar salían de mí cientos de hormigas negras, subían por mi brazo, no sólo escapaban de mi, me comían y veía aterrado como escurría mi propia sangre.

Desperté.

No estaba en mi casa, no estaba con mi amante, sentí humedad en la mano y pensé que era sudor, la limpie en la sábana y al subir la mano por la cama sentí algo frío y liso, saqué bruscamente la mano y confirmé mi temor, la piel que veía era roja, había rastros de sangre, miré a mi izquierda, cubierto por una sábana teñida de rojo se adivinaba un cuerpo.
Por eso tengo miedo.

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