MACARIA FUCHI


Por Isaac Lugo

Cuando teníamos quince años a mi esposa Macaria le pusieron el apodo de la fuchi porque a todo le hacía fuchi. Así es, su mamá le preguntaba - Macaria, ¿quieres café? - Y entonces Macaria le contestaba -¡ay! No, fuchi, mejor una malteada -

Utilizaba la palabra Fuchi para decir que una cosa no le gustaba, que tenía mal sabor, algo que definitivamente no podía tolerar.

Macaria era una chica que por su condición social debía ser sencilla, por el contrario su delicadeza y poca modestia resultaban difíciles de complacer. Fuchi esto, fuchi el otro, fuchi aquello.

Sin embargo, su belleza celestial la hacía digna de ser una princesa, de vivir en un palacio, de cabalgar en los mejores ejemplares equinos por una hermosa pradera repleta de flores y un reverdecido pasto. A diferencia de ello, Macaria y yo vivíamos en una colonia popular del sur de la ciudad de México, en Copilco para ser preciso. Casas modestas, acogedoras sin duda, de aquellas que te brindan el confort de conocer a tus vecinos y como algunos le llamamos, ser del barrio.

Macaria no compartía del todo este sentido de identidad, decía que ella no pertenecía al barrio, a Copilco, -ni siquiera a esta apestosa ciudad- y en parte tenía razón en más de una cosa. Vivir en la ciudad de México no es precisamente lo más placentero que uno pueda imaginarse, lidiar con el tráfico diario, parecido al de un estacionamiento gigante que se mueve unos cuantos metros cada cinco minutos. Peor aún si, como yo, tenias que hacer uso del transporte colectivo, camiones deficientes, algunos incluso en mal estado, sucios y por si esto fuera poco, insuficiente, no había día que lograra encontrar un asiento vació, me conformaba con no tener que viajar colgado de la puerta y bueno, no todos somos capaces de vivir con esto sin quejarnos y Macaria se quejaba por todos nosotros y entonces decía: fuchi esto, fuchi el otro, fuchi aquello.

La inseguridad es el problema más grave que aqueja a la ciudad, asaltos a mano armada, extorsión telefónica, secuestro express; robo a puño cerrado, mordida policíaca, la frase marrullera de afloja o te madreo, préstame un varo, en fin podría hacerse un manual sobre delincuencia y exportarlo para uso de ladrones en el extranjero, mejor aún deberíamos exportar algunos cuantos.

La cosa es que Macaria fuchi como le decíamos, era la mejor crítica de la ciudad, de la mala comida, de los placeres vulgares para los que ella no había nacido.

- Que Macaria, ¿no tomamos una chela?

- Claro que no, ¿acaso me ves cara de tomar cerveza?

Bueno, de hecho Macaria ni siquiera tomaba, pero en ocasiones gustaba de deleitar algún dulce Brandy almendrado o Wisky con refresco de lima-limón, porque le sabía rico y la cerveza no, lo mismo que el café, simplemente no estaba dentro de sus gustos.

Algunas personas se empeñaban en fastidiarla cuando podían, le hacían burla de su apodo gritándole ¡Ahí va Macaria, fuchi! Pero pasó el tiempo y Macaria se fue de Copilco, ahora es la crítica de restaurantes más importante de México.

La ciudad no cambió, Macaria y yo, sí.

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