Por Beck
Un día mientras me encontraba de viaje acampando por las montañas. Luis, un joven de 27 años, perteneciente al grupo que había invitado mi amiga Ángela, preguntó mientras prendía la fogata, que opinábamos acerca de las cicatrices. Durante aproximadamente quince minutos la conversación giró alrededor de este tema, varios enseñaban sus propias cicatrices y contaban una breve historia de cómo había nacido ese pedacito de piel irregular. La mayoría de las personas encontró a estas pequeñas marcas como algo antiestético, e inclusive sombrías y repulsivas. La verdad es que durante ese rato yo me contuve de dar mi opinión pues sabia que muy pocos entenderían, de primera impresión, mi punto de vista.
Para mí, las cicatrices tienen un grado mayor de belleza que para la mayoría de la gente. Me gusta descubrir por accidente esos sellos en la piel. Pensar en el momento en que surgió. Cuando estuvo rodeado de dolor. Tener una marca accidental, es como una firma del destino en el tiempo, debo de confesar que cuando aumenta la confianza entre la cicatriz y yo, me embriago de una inocente plenitud al tocar aquel tropezón que dio el tiempo con la vida de la victima. Y si hablo de una victima es por que la mayoría de las personas, sienten como un castigo portar con aquella pincelada del destino. Para mi, esa persona, no se convierte en una victima, sino en alguien mas fuerte de lo que era, pues cualquiera que haya sido la causa de la cicatriz, estoy seguro que ha dejado un poco de sabiduría, una experiencia con estampa única. Sé que hablar así sobre la cicatriz de alguien puede sonar muy lírico, pero piensen tan solo por un momento que estas cicatrices no son en la piel, son en el alma o en el corazón. Para mi no existe distinción entre una cicatriz en la piel o en el alma. Será que la persona a la que he amado por siempre, me enseñó las similitudes, será por ella que hablo con tanto romance de las cicatrices.
Mi amada tiene dos cicatrices, que después de mostrármelas, sigo dudando si es a ella a quien amo o a las marcas de su ser. Una de sus cicatrices está en su mano izquierda, entre la palma y el dorso, va desde la mitad del dedo meñique, hasta la muñeca. Es precisamente en esta dirección, pues nació justo así, del meñique a la muñeca. Varias veces pregunté a la dueña los detalles del surgimiento de este pedacito de piel.
Mi amada tenía doce años y fue el tiempo quien se tropezó con su primer beso, para dejarle esa protuberancia que cada vez que escribe (pues es zurda) la siente rozar contra el papel y humedece sus labios e imagina oler a vainilla.
El recuerdo es su primer beso, pero quiero aclarar que las experiencias que deja una cicatriz no siempre están ligadas a la causa del accidente y para comprobarlo voy a contarles con mayor detalle: Mi pequeña antes de ser mía, (pues antes de la cicatriz no lo era, ya que no tenía la experiencia que la traería hacia mí) se encontraba sentada en un columpio y mientras aspiraba su propio perfume a vainilla, el niño S. (pues saber el nombre de quien beso por primera vez aquella cicatriz no es de mi importancia) le dio a entender que la quería recortando una florecita del pasto y tomándola tímidamente de la mano. Se besaron con fragilidad, el olor a vainilla aumentó, él separo sus labios y subió al columpio de junto.
Pasaron unas horas más en el parque, cuando iban de regreso a casa, ella resbaló con una piedra en la bajada de un montecito. Instintivamente apoyó las manos y justo debajo de su mano izquierda se encontró con un pedazo de vidrio que le cortó del meñique a la muñeca. El niño S. fue en su ayuda, pero ella lloraba amargamente mirando la sangre que brotaba de su mano, era una cortada profunda. Ella lloraba no solo porque le dolía, sino también porque sabia que llegaría tarde a su casa y su madre la regañaría una vez más, pues a esas horas y con semejante cortada, la madre (que era enfermera) la tendría que curar con sus propias manos, algo que mi amada sabía de sobra: su madre odiaba. Seguramente este odio por curar a una hija, siendo enfermera, surgió de cicatrices que desconocemos. El niño S. envolvió su mano con un pedazo de tela y beso con sumo cuidado la naciente cicatriz y volvió a besar a mi amada con la eterna seguridad con la que a ella desde entonces le gustaba besar.
Tal y como mi pequeña lo predijo, su madre curó con resentimiento la herida, tal vez es esta la razón por la que existe una mayor protuberancia en la cicatriz al llegar a la muñeca. Esta tierna niña cuya madre renegaba por darse el lujo del dolor a altas horas de la noche, intentaba contar la historia de su primer beso e inclusive pensaba que su madre se alegraría por saber que fue S. quien se lo dio, pues ella intuía que tenia cierto afecto hacia él. Pero tras repetidos intentos y tras haber cicatrizado la herida, ella no pudo contarle sobre su primer amor, ni sobre sus sueños.
Mi amada me confesó que se debía a que su madre y ella era totalmente distintas, algo que no le importaba, salvo en un detalle. Su madre no sabía lo que era la confianza. No le confiaba ni la más sencilla de las tareas, no le confiaba su sentir, ni su pensar, ni sus miedos. Y naturalmente una niña de doce años tampoco le podría confiar su amor y su vida a alguien que no confiara en ella. Esto lo pudo entender precisamente a causa del accidente del parque, por lo que cuando terminó sus estudios decidió partir de la casa de la madre y rentar un departamento en el mismo edificio en el que yo vivía.
La segunda cicatriz que yo amo fervientemente es más difícil de explicar, pues no es visible más que a los ojos de quien la ama. Es una cicatriz del alma, esta, a diferencia de la primera no tiene un punto preciso en donde empiece y un punto preciso de donde termine. Puedo decir que en el mes de Mayo se intensifica, como si brotara a la superficie, pero no me puedo explicar porque. Mi amada llora a causa de esta cicatriz, pero no recuerda el dolor que le ocasionó cuando nació, porque a veces creemos que estas heridas se curan solas y uno se olvida de ellas temporalmente. Pero mi amada llora mas por la experiencia que la cicatriz le dejó que por la causa, igual que la primera marca de su ser. El nacimiento de esta cicatriz resulta vago, pues a pesar de que le he preguntado detalles de su surgimiento, ella hace ver sus recuerdos imprecisos. Dentro de mí sé que en su memoria lo ve con claridad.
No la culpo por no querer contarme acerca de cómo se hizo esta cicatriz, pues el dolor retenido duele mas cuando brota a través de una cicatriz a medio cerrar, por eso trato de besarla con fanática devoción cuando me enseña por accidente su cicatriz, por que sé que a pesar de lo débil que se vea en el momento, es más fuerte que antes de que yo la conociera. Esta cicatriz del alma, la toco cuando estamos solos, mirándonos a los ojos, la toco porque ella me tiene confianza, al igual que yo confío en ella cuando alcanza mis cicatrices, consolando, acariciando, de la misma forma que yo lo hago. Sé de sobra que ella no me lastimará a propósito. Aunque recordemos que las cicatrices son accidentes del destino.
Su cicatriz tiene un dejo de nostalgia, me esfuerzo por entender como es que nació, si ella misma me platicó que era feliz con quien le causo esta marca. Pero no seria tan difícil de entender si lo pongo en referencia con la primera cicatriz. Uno no se pregunta por que le cortó el pedazo de vidrio a mi amada, uno sabe que lo hizo por que está en su naturaleza, porque esos bordes malformados en el vidrio (cicatrices) se hicieron con el tiempo, son lo que conforman al ser, además de coincidir con circunstancias determinadas, como la piedra en la bajada del parque. Claro que a mi no me hubiera gustado que mi amada sangrara con su primera cicatriz, pero ni siquiera S. que estaba a su lado y la quería, pudo salvarla. Y sobre todo que sin esa cicatriz ella no hubiera abandonado a su madre y no habría llegado junto a mí. Por eso respeto las cicatrices, no hay que ocultarlas, no hay que avergonzarse de lo que han hecho de nosotros. Tan sólo debemos de tener cuidado a quien se las confiamos y cuidar de las cicatrices que nos confían. Yo sigo tocando las cicatrices de mi amada con ternura cuando ella por accidente me las enseña. Pero sé que puede llegar el día en que el destino se tropiece con nosotros y ella me lastime con su esencia; pincelada que estoy seguro me dejará una bella cicatriz.
12 Agosto 2006
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