TINA

De Francisco A. Avila

Espera el amanecer sin ninguna esperanza. Ya nada le queda excepto su triste memoria. Las líneas que surcan su rostro y lo desfiguran hacen que las fotos en la habitación no reflejen lo que fue. Un abrigo de chinchilla, comprado en Nueva York, es el único objeto valioso que ha podido conservar. Como de costumbre el insomnio no la deja dormir, fuma mientras ve por la ventana los primeros colores del día, no hace mucho dormía gracias a las pastillas, pero…

Hoy ha recibido una carta, la ha dejado en la mesita de noche sin abrir, el matasellos data de hace quince años. Se vuelve a acostar, permanece en una duermevela de la que prefiere no salir. En su mente corren como susurros las preguntas que tanto quiso hacerle, pero las silencia, las mantiene a raya pues ya no vale la pena.

Han pasado los días y ella sigue igual. Su gato, que no es suyo, pues no puede ser dueña de nada, la ha despertado, le ha reclamado comida y caricias. Con su mundo encima, se levanta y busca el alimento, al atravesar la sala mira el cuadro que le pintó, aquel exuberante desnudo, de colores fríos pero ardiente pasión desbordada en los trazos fuertes, con el alma de ambos atrapada para siempre en los ojos de él, que la miraban y aún la siguen mirando.

Habían pasado casi treinta años, recordó la inauguración, la galería llena de amigos, artistas, políticos, la elite que un día la cobijo y la hizo estrella.

Recordar la hiere, su herida aún supura, la carta, que sigue sin abrir en la mesita de noche, es la única que puede explicar por qué ha decidido abrir de nuevo su piel y pintar su último cuadro de rojo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

quiero más cuentos Francisco!!!
Marco. maechiquet@

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