MONÓLOGO A DANIELA

Por Josué Dante

La vi pequeña como siempre había sido, en mi primer intento de valiente seductor me di cuenta que nunca dejé de ser cobarde. En el segundo ya era demasiado tarde. Cruzó la calle, miraba un vestido, doblaba la esquina, me quedaba conmigo, si iba sin mí, me sentía sin ella. Descubrí que nada había cambiado desde aquellos días que la espiaba en la escuela.

Su andar era lento, sin prisa, como esperando que el reloj corriera al revés y aprovechara para cambiar el color de los zapatos que compró el mes pasado. Sólo lo imagino, sin conocer sus gustos aseguro que era el calzado más feo que había escogido en meses. Yo seguiría mirando e inventando la vida de alguien que olvidé, y que de pronto aparece acompañada de una cartera azul y una blusa blanca.

Seguro estoy que más de uno miraba cómo sus caderas rítmicamente iban hacia donde ella les indicaba, más de uno miraba sus senos encopados que no parecían haber amamantado descendencia alguna. Pero esos que la miraban no sabían lo que yo siempre he sabido, fue mía la navidad que sus padres la castigaron por no promover una materia en el colegio. Se fueron a lanzarse bolas de nieve mientras yo desnudaba a Daniela en su alcoba alfombrada, se fueron a la cabaña de los abuelos mientras la nieta sudaba con el cuerpo tibio, se recostaba con las piernas temblando, un poco asustada.

Pero el tiempo pasó y ahora sólo tendrá un hilo de memoria de aquel adolescente que conoció. No es que hoy sea mejor, pero fui practicando con mujeres de la TV y las películas que mi vecina me prestaba cada noche. Aprendí la técnica para recibir un bofetón después de hacerle entender a una chica que me la quería llevar a la cama. Le demostré a mi última pareja que podía perdonarle un engaño, siempre y cuando nunca me enterará. En fin, estaba preparado para el reencuentro cuando de pronto un autobús se impactó contra el taxi que en ese mismo instante Daniela abordaba.

Daniela hoy ya está muerta.

Nueva Santa María, D. F.

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