ALMA

Por Isaac Lugo


Realmente me tope con una muñeca, su pelo largo de colores en tonos rubios y castaños, sus enormes ojos claros como el tinte de la miel y las pestañas con ligera máscara que aumenta su tamaño. Una mirada fuerte fue el primer pretexto, mirada que resistí hasta encontrar el brillo con el que sostuvo un mechón de su cabello entre las manos y después entre sus dedos, en ese instante me di cuenta que para ella existía. Estaba presente en el silencio, me convertí en el reflejo de un instante que sin duda me era preciso, por cuanto asombro me produjo su belleza, alargar.


Se sentó a mi lado y descubrí una sonrisa, segura de sí paso la lengua por encima de sus labios y me atreví a tomar su mano recargada sobre su pierna cubierta por la ceñida mezclilla de su pantalón. Pude ver entonces una nueva sonrisa.


Aprendí un nuevo lenguaje en el que no necesitaba el uso de palabras, bastase con gestos y pequeñas caricias, ligeros roces y el contacto con su piel fueron los versos que en el momento le compuse sin saber siquiera cuál era su nombre.


No tuve curiosidad por preguntar nada y ella con un tierno beso me explicó que le complacía conocerme y aún, después de eso, nadie pronunció nada. Comencé a comprender que entre ella y yo las palabras no tenían ningún sentido y a pesar que de ella físicamente nunca escuchare su nombre, sé que la voz de su ser, carente de sonido alguno es la más hermosa que he podido descifrar, su intensidad y volumen se encuentran en sus manos, en sus gestos, sus caricias, en sus besos.


Nadie me ha dicho cómo se llama, no importa, sus padres intentaron en una ocasión decirme su nombre pero se los impedí. En el silencio para mí, se llama Alma.

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