Zascandil

Por Isaac Lugo



Desconcertado y por raro que esto parezca, observé frente de mí a una persona que fácilmente podía ser confundido conmigo, por no decir que era yo aquel hombre que, sentado, descansaba en las escaleras amplias y grises.

No pude evitar que un profundo miedo paralizara mi cuerpo al pensar que él pudiera ser yo y no ser yo quién en realidad era, pero, ¿como podía yo no ser yo y él ser yo? Porque si él era... entonces yo... ¿acaso pudiera ser que tenía un hermano gemelo idéntico hasta ese momento desconocido? No, era imposible pensar en ello, no existía ningún hermano gemelo. ¿Quién era él?

Al respecto pasaron por mi mente diversas teorías, todas imposibles. No tenía yo ningún hermano gemelo, tampoco creía en las fuerzas ocultas ni misterios esotéricos, ocultismo o alguna otra respuesta de estas seudo ciencias o fenómenos paranormales. Me atreví a preguntar su nombre y la respuesta me dejó perplejo.

- Mario Torres

- ¡No puedes ser Mario Torres!, ¡yo soy Mario Torres!

- Bueno, pues supongo que es una extraña coincidencia.

Podía ser, como el dijo, una extraña coincidencia, lo que no podía aceptar era el asombroso parecido, la idea de verme reflejado en él, Mario Torres, que por si fuera poco era también mi nombre. El asunto no tenía una explicación lógica, fuera de razón alguna la confusión deambuló en mi mente.

Decidí no hacer más preguntas y retirarme al instante de aquella escena escalofriante, sin decir nada caminé sin voltear la mirada.

Al día siguiente volví a encontrarlo, su cara un poco transformada como si repentinamente hubiese envejecido, argentada y fría. No entendía cual era la razón de encontrarlo de nuevo en el mismo sitio que el día anterior, su expresión indiferente a mi presencia me parecía aún más extraña puesto que, bueno, a diferencia de él, me sentía aterrado.

Recuerdo aquellos días tristes, nublados y fríos como el rostro del doble que, posterior al tercer día seguido de encontrarlo en el mismo lugar, Mario Torres cambió de sitio.

El cuarto día caminé nuevamente por la calle acostumbrada, en contraste, las escaleras vacías, sin él, me provocaron un alivio. Pensé que me había librado de su terrífica presencia, pero estaba muy equivocado.

Continué mi camino hasta llegar a casa, abrí la puerta y a tan sólo unos pasos lo observé en la sala, cruzó la pierna después de acomodar su trasero en el sillón de mi preferencia. Molesto me aventure por segunda ocasión a descubrirlo.

- ¿Quién eres, qué haces aquí, dime qué es lo que pasa?

- Tu y yo somos el mismo, tendrás que entender que...

Sin decir más se levantó, cada vez más envejecido y como si viese un cuerpo sin vida seguí sus pasos que me condujeron hasta el baño, se desnudó por completo no sin antes abrir la llave del agua calida que caía en la tina de porcelana blanca. Sumergió su cuerpo, la mano derecha envolvía en sí una pequeña navaja que descubrió al abrir su palma y súbitamente, de un sólo tajo, cortó la piel, carne y venas de la parte inversa al codo y continuo por igual con la muñeca del brazo izquierdo.

Intenté detenerlo pero me fue imposible tocarlo, el desvanecimiento de mis manos sobre su cuerpo me imposibilitó hacer algo en su ayuda, sus palabras volvieron a mi mente.

Tu y yo somos el mismo, tendrás que entender que...

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