PERECER EN EL AGUA

De Francisco A. Avila


Cuentan los viejos sabios, que fue en el taller de Algol, el último gran alquimista de la historia, que se cometió la peor de las ofensas contra un dios, y que por esa razón, hemos sido condenados a perecer en el agua.


Trabajando obsesivamente en su taller -protegido por los hechizos más antiguos del mundo, en algún lugar de las montañas de Harz, en Alemania-, Algol había descubierto la fórmula para crear una verdadera piedra filosofal. Durante años se dedicó a recolectar los ingredientes necesarios, para obtener algunos, tuvo que matar y engañar a grandes magos y otras criaturas menores, sin embargo, había un ingrediente que no podía conseguir: una estrella recién nacida.


Viajó por todo el mundo y analizó detenidamente la historia de todas las culturas que hubiesen habitado el planeta. Al borde de la desesperación, descubrió en un antiquísimo pergamino egipcio, la historia de Kiex, la cazadora de estrellas.

Hija olvidada de Khon, dios de la luna, Kiex era la encargada de cazar a las estrellas nacientes que pudiesen competir en brillantez con su padre. Un día quebrantando su sagrado deber, Kiex se enamoró de un mortal y descuidó su tarea, por lo que muchas estrellas maduraron y brillaron como nunca, opacando la belleza de Khon, que decepcionado y ofendido, castigo a Kiex, encerrándola en el reflejo de su brillo en un lago perdido.

Decidido a resucitar a Kiex, Algol inició la búsqueda de aquel lago. Lo que resulto más fácil que encontrar el rubí relleno de lava o el corazón de unicornio devorado por un dragón. Después de algunos días, encontró el lago, congelado, en una región inhabitable de América.

Probó con seis hechizos milenarios pero no consiguió nada. Sabía que le quedaba un hechizo, lo dudo unos instantes: era demasiado peligroso, pero recordó su cometido, la grandeza que obtendría y se decidió; realizó el conjuro más letal, ofreciendo dos tercios de su propia sangre.

La noche estaba por apagarse, una vez dichas todas las palabras y derramada la sangre suficiente, sucedió, el reflejo de la luna se desvaneció, su luz se convirtió en un rayo que atravesó el cielo en todas direcciones, hubo un segundo de calma y de pronto una extraña explosión, como si chocaran dos enormes glaciares, se pulverizaran y desaparecieran en un santiamén.

Débil, Algol reconoció frente a él a Kiex, una hermosa joven, majestuosa, envuelta en un peculiar abrigo de piel de león y una mágica red de caza, de largo mango hecho de encino adornado con jeroglíficos de oro y la red tejida con pequeñas hadas y cabellos de sirena.

Kiex se acercó a Algol y le dio a beber su llanto, era innegable su origen divino, pues Algol se recuperó inmediatamente. Kiex preguntó por su amante y Algol le explicó que había sido asesinado hace miles de años por su padre. Le dijo que la había resucitado ya que él era capaz de encontrar el alma de su amante a cambio de un simple favor: una estrella recién nacida.

La diosa lo meditó, sabía que el gran amor que le profesaba aquel hombre le haría reencarnar una y otra vez hasta que ella regresará y pudieran ser felices. Preguntó a Algol, si Khon, su padre, no impediría su encomienda, si no descubriría que había sido liberada. El alquimista, arrogante e insensato, le aseguró que nadie podría saberlo.

Llena de esperanza y amor, Kiex, emprendió la búsqueda de una estrella naciente. Fue una faena complicada, las estrellas madre, después de tantos siglos en aparente calma, habían cobrado mayor fuerza y poder, su luz era cegadora y habían desarrollado un tipo de campo de fuerza impenetrable en el que alimentaban a sus hijas con papillas de polvo estelar.

Cerca de la constelación de Andrómeda, encontró a una estrella solitaria a punto de dar a luz, usando todo su poder, consiguió acorralarla y mantenerla bajo su dominio hasta que la concepción ocurrió. Aquello fue algo indescriptible, la estrella trató de luchar contra Kiex que le arrebataba a su pequeña, pero el parto y los hechizos de su oponente la habían debilitado demasiado.

Nada podía hacer aquella estrella salvo seguir luchando, Kiex había olvidado el dolor que le causaba matar, y ese momento de recuerdo y distracción bastaron para que la estrella que estaba a punto de morir, hiriese letalmente a Kiex.

Malherida, con la estrella recién nacida atrapada en la red oculta bajo su abrigo, se dirigió al taller de Algol. Cuando el alquimista la vio llegar, corrió hasta ella y le arrebató la estrella, notó que estaba mal herida y decidió terminar con Kiex. La asesinó sin pensar en las terribles consecuencias que traería su ambición. En el momento en que agregó la estrella bebé a su poción, Khon apareció en su taller y lanzó dos maldiciones, a él lo condenó a vivir eternamente como un peñasco golpeado sin descanso por el océano.

La segunda maldición, fue lanzada contra la humanidad, Khon vio en el amante de Kiex y en el alquimista, la razón por la que su amada hija había muerto. Utilizando su poder, decidió eliminar a la humanidad, borrando todo rastro, todo vestigio del hombre y su mundo con tormentas, huracanes, maremotos y demás atrocidades pluviales que hoy sufrimos.

Eso cuentan los viejos sabios.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades esta muy padre tu cuento, siguele echando muchas ganasy haciendo lo ke tu gusta

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